-Mucho tiempo antes de que los españoles llegaran a México -dijo- existían extraordinarios videntes toltecas, hombres capaces de actos inconcebibles. Eran el último eslabón en una cadena de conocimiento que se extendió a lo largo de miles de años.
"Esos videntes toltecas fueron hombres extraordinarios; brujos poderosos, sombríos y obsesionados que desentrañaron misterios y poseyeron conocimientos secretos que utilizaban para afectar o subyugar a quienes cayeran en sus manos. Sabían como inmovilizar la atención de sus víctimas y fijarla en lo que fuera.
Dejó de hablar y me miró. Sentí que esperaba que yo le hiciera una pregunta, pero no sabía qué preguntar.
-Tengo que hacer hincapié en un hecho importante -prosiguió-, el hecho de que aquellos brujos sabían cómo inmovilizar la atención de sus víctimas. No te diste cuenta, cuando yo lo mencioné no significó nada para ti. No es raro. Una de las cosas más difíciles de admitir es que el estar consciente de ser es algo que puede ser manejado.
Me sentí confuso. Sabía que me guiaba hacia algo. Sentía una aprensión familiar, el mismo sentimiento que siempre me asaltaba cuando don Juan comenzaba un nuevo ciclo de enseñanzas. Le dije cómo me sentía. Hizo un gesto vago de sonrisa. De costumbre, cuando sonreía, rezumaba felicidad; esta vez estaba definitivamente preocupado. Durante un momento pareció considerar si seguir hablando o no. De nuevo me miró atentamente, paseando su mirada con lentitud a lo largo de todo mi cuerpo. Aparentemente satisfecho, asintió con la cabeza y dijo que yo estaba listo para emprender la etapa final; el aprendizaje que todos los guerreros tenían que llevar a cabo para al fin entender el camino del conocimiento.
-Vamos a hablar del estar consciente de ser -continuó-. Los videntes toltecas, de hecho, fueron los maestros supremos del arte de estar consciente de ser. Cuando digo que sabían cómo inmovilizar la atención de sus víctimas, quiero decir que su conocimiento y sus prácticas secretas les permitieron romper el misterio del estar consciente de ser. Muchas de sus prácticas han sobrevivido hasta el día de hoy, afortunadamente, en una forma modificada. Digo afortunadamente porque esas actividades; como ya te lo explicaré, no llevaron a los antiguos videntes toltecas a la libertad, sino a su ruina.
-¿Usted conoce esas prácticas? -pregunté.
-Claro que sí -contestó-. No hay manera de que nosotros no conozcamos esas técnicas, pero eso no quiere decir que las practiquemos. Tenemos otras miras. Pertenecemos a un nuevo ciclo.
-Pero, ¿usted no se considera brujo, verdad, don Juan? -le pregunté.
-No le hagas, -dijo-. Yo soy un guerrero que ve. En realidad, todos nosotros somos los nuevos videntes. Los antiguos videntes eran los brujos.
"Para el hombre común -prosiguió-, la brujería es asunto negativo, pero de todos modos fascinante. Por esa razón, siempre te animé, en tu estado de conciencia normal, a que pensaras que nosotros somos brujos. Es recomendable hacerlo. Sirve para atraer el interés. Pero, para nosotros ser brujos sería como entrar en un callejón sin salida.
Quise saber que quería decir con eso, pero se negó a hablar al respecto. Dijo que se explayaría en el tema conforme siguiera avanzando con su exposición del estar consciente de ser.
Le pregunté acerca del origen del conocimiento de los toltecas.
-Al comer plantas de poder los toltecas dieron el primer paso en el camino del conocimiento -contestó-. Ya fuera empujados por la curiosidad, o el hambre, o el error, las comieron. Una vez que las plantas de poder produjeron sus efectos, solamente fue asunto de esperar hasta que algunos de ellos comenzaran a analizar sus experiencias. En mi opinión, los primeros hombres que recorrieron el camino del conocimiento fueron muy intrépidos y al mismo tiempo muy desacertados.
-¿No es todo esto una conjetura de su parte, don Juan?
-No, esto no es ninguna conjetura mía. Yo soy vidente, y cuando me enfoco en aquella época sé todo lo que ocurrió.
-¿Puede ver los detalles de las cosas del pasado? -pregunté.
-Ver es un sentido peculiar de saber -contestó-, de saber algo sin la menor duda. En este caso sé lo que hicieron esos hombres, no solamente a causa de que veo, sino porque estamos tan estrechamente ligados con ellos.
Don Juan explicó entonces que su uso del término "tolteca" no correspondía a la manera como yo lo usaba. Para mí significaba una cultura, el imperio tolteca. Para él, el término "tolteca" significaba "hombre de conocimiento".
Dijo que en la época a que se refería, siglos o tal vez incluso milenios antes de la Conquista española, todos aquellos hombres de conocimiento
vivían dentro de una vasta área geográfica, al norte y al sur del valle de México, y que se dedicaban a ocupaciones específicas: curar, embrujar, hacer relatos, bailar, ser oráculos, preparar alimentos y bebidas. Tales ocupaciones fomentaban un conocimiento específico, un conocimiento que los diferenciaba del hombre común y corriente. Por otra parte, esos toltecas eran personas que encajaban en la estructura de la vida cotidiana, muy a la manera en que lo hacen en nuestra época los médicos, artistas, maestros, sacerdotes y hombres de negocios. Practicaban sus profesiones bajo el estricto control de cofradías organizadas y llegaron a ser expertos tan influyentes que incluso dominaron todas las áreas vecinas.
Don Juan dijo que después de siglos de usar plantas de poder, algunos de ellos aprendieron finalmente a ver. Los más emprendedores comenzaron entonces la enseñanza de cómo ver. Y ese fue el principio de su perdición. Al pasar el tiempo aumentó el número de videntes, y la obsesión de ver llegó a tal punto que dejaron de ser hombres de conocimiento. Se volvieron expertos en ver y en ejercer control sobre los extraños mundos que atestiguaban, pero todo ello no sirvió de nada. El ver había socavado su fuerza y los había obligado a obsesionarse con lo que veían.
"Sin embargo, hubo videntes que escaparon a ese destino -prosiguió don Juan-, grandes hombres que, a pesar de ver, nunca dejaron de ser hombres de conocimiento. Estoy convencido de que, bajo su dirección, las poblaciones de ciudades enteras penetraron en los mundos que veían, y de ellos no volvieron a salir jamás.
"Pero los videntes que podían sólo ver fueron un fracaso, y cuando su tierra fue invadida por pueblos conquistadores se encontraron tan indefensos como todos los demás."Esos conquistadores -continuó- se apoderaron del mundo tolteca, se apropiaron de todo, pero nunca aprendieron a ver.
-¿Por qué cree usted que nunca aprendieron a ver? -pregunté.
-Porque copiaron los procedimientos de los videntes toltecas sin tener el conocimiento interno que los acompaña. Hasta la fecha hay cantidades de brujos por todo México, descendientes de esos conquistadores, que siguen imitando a los toltecas, pero sin saber lo que hacen, o lo que dicen, porque no son videntes.
-¿Quiénes fueron esos conquistadores, don Juan?
-Otros indios -dijo-. Cuando llegaron los españoles, los antiguos videntes habían desaparecido hacía ya siglos. Lo que encontraron los españoles fue una nueva casta de videntes que comenzaba ya a asegurar su posición en un nuevo ciclo.
-¿Qué cosa es una nueva casta de videntes?
-Después que el mundo de los primeros toltecas fue destruido, los videntes que sobrevivieron se recluyeron y empezaron un recuento de sus prácticas. Lo primero que hicieron fue establecer el acecho, el ensoñar y el intento como los procedimientos claves, luego descontinuaron el uso de las plantas de poder; quizás eso nos da cierta idea de lo que realmente les sucedió con las plantas de poder.
"El nuevo ciclo apenas comenzaba a establecerse cuando los conquistadores españoles acabaron con todo. Afortunadamente, para entonces los nuevos videntes estaban completamente preparados para enfrentar ese peligro. Ya eran practicantes consumados del arte del acecho.
Don Juan dijo que los subsecuentes siglos de subyugación les proporcionaron a los nuevos videntes las circunstancias ideales para perfeccionar sus habilidades. Por extraño que parezca, fue el extremo rigor y la coerción de dicho periodo lo que les dio el ímpetu para refinar sus nuevos principios. Y gracias al hecho de que nunca divulgaban sus actividades, se les dejó libres y pudieron explorar y delinear el curso de sus actos.
-¿Hubo un gran número de videntes durante la Conquista? -pregunté.
-Al principio había muchos. En la época colonial sólo quedó un puñado. El resto había sido exterminado.
-¿Y cómo está la cosa hoy en día?
-Hay unos cuantos. Como tú comprenderás, están dispersos por todas partes.
-¿Los conoce, usted, don Juan?
-Una pregunta tan sencilla es la más difícil de contestar -repuso-. Hay unos a quienes conocemos muy bien. Pero no son exactamente como nosotros, porque se han concentrado en otros aspectos específicos del conocimiento, tales como bailar, curar, embrujar, hablar, en vez de lo que recomiendan los nuevos videntes: el acecho, el ensueño y el intento. Los que son exactamente como nosotros no cruzarían nuestro camino. Así lo dispusieron los videntes que vivieron durante los tiempos coloniales para evitar ser exterminados por los españoles. Cada uno de esos videntes fundó un linaje. Y no todos ellos tuvieron descendientes, de modo que quedan muy pocos.
-¿Conoce usted a algunos que sean exactamente como nosotros?
-Unos cuantos -contestó lacónicamente.
Le pedí entonces que me diera toda la información posible; el tema me interesaba de manera vital; me era de suma importancia conocer nombres y direcciones con objeto de validar y corroborar todo lo que me estaba diciendo. Don Juan no parecía interesado en complacerme.
-Los nuevos videntes pasaron por todas esas corroboraciones -dijo-. La mitad de ellos dejó los huesos en el cuarto donde los corroboraban. Así que ahora son pájaros solitarios. Dejémoslo así. Lo único de lo que podemos hablar es de nuestro linaje. Acerca de eso, tú y yo podemos decir todo lo que queramos.
Explicó que todos los linajes fueron iniciados en la misma época y de igual manera. Hacia fines del siglo dieciséis cada nagual se cerró en sí mismo y aisló a su grupo de videntes para que no tuvieran ningún contacto abierto con otros videntes. La consecuencia de esa drástica segregación fue la formación de linajes individuales. Dijo que nuestro linaje estaba compuesto de catorce naguales y ciento veintiséis videntes. Algunos de esos catorce naguales tuvieron solamente siete videntes con ellos, otros tuvieron once y algunos hasta quince.
Me dijo que su maestro, o su benefactor, como le llamaba, era el nagual Julián, y el anterior a Julián era el nagual Elías. Le pregunté si conocía los nombres de todos los catorce naguales. Los nombró y los enumeró, a fin de que yo supiera quiénes eran. Dijo también que había conocido personalmente a los quince videntes que formaron el grupo de su benefactor, y que había conocido al maestro de su benefactor, el nagual Elías, y a los once videntes de su grupo.
Don Juan me aseguró que nuestro linaje era bastante excepcional, porque sufrió un cambio drástico en el año 1723. Una influencia externa vino a afectarnos y alteró nuestro curso de manera inexorable. En ese momento no quiso hablar del evento en sí, pero dijo que, a partir de ese entonces, nuestra línea tomaba en cuenta un nuevo comienzo, y que se consideraba que los ocho naguales que habían gobernado el linaje desde ese instante, eran intrínsecamente diferentes a los seis que los precedieron.
Don Juan debió tener negocios que atender al día siguiente, porque no lo vi hasta casi el mediodía. Mientras tanto, llegaron a la ciudad tres de sus aprendices, Pablito, Néstor y la Gorda. Venían a comprar herramientas y materiales para el negocio de carpintería de Pablito. Los acompañé y los ayudé a cumplir todos sus encargos. Luego regresamos todos a la pensión.
Los cuatro estábamos sentados conversando cuando don Juan entró a mi cuarto. Nos dijo que partiríamos después del almuerzo, y que, inmediatamente, tenía algo que discutir conmigo, en privado. Sugirió que nosotros dos diéramos un paseo alrededor de la plaza antes de que nos reuniéramos todos en un restaurante.
Pablito y Néstor se pusieron de pie y salieron diciendo que aún no terminaban sus quehaceres. La Gorda parecía estar muy disgustada.
-¿De qué van a hablar? -chilló, pero de inmediato reconoció su error y se rió nerviosamente.
Don Juan la miró de manera extraña pero no dijo nada.
Alentada por su silencio, la Gorda propuso que la lleváramos con nosotros. Nos aseguró que no nos molestaría en lo más mínimo.
-Estoy seguro de que no nos molestarás -le dijo don Juan-, pero realmente no quiero que oigas nada de lo que tengo que decir.
El enojo de la Gorda era muy obvio. Se sonrojó. Cuando don Juan y yo salíamos del cuarto, la miré a hurtadillas y noté que tenía la boca abierta y los labios resecos. Toda su cara se había nublado con ansiedad y tensión, distorsionándose al instante.
El malhumor de la Gorda me causó una gran ansiedad. De hecho, sentía una incomodidad física. No dije nada, pero don Juan pareció darse cuenta de cómo me sentía.
-Deberías darle gracias a la Gorda día y noche -dijo de repente-. Ella te está ayudando a destruir tu importancia personal. Ella es la pinche tirana en tu vida, pero aún no te das cuenta de eso.
Paseamos alrededor de la plaza hasta que todo mi nerviosismo se desvaneció. Entonces nos volvimos a sentar en su banca preferida.
-Los antiguos videntes en realidad fueron muy afortunados -comenzó don Juan-, porque tuvieron tiempo de sobra para aprender cosas increíbles. Con decirte que sabían maravillas que hoy no podemos ni siquiera imaginar.
-¿Quién les enseñó todo eso? -pregunté.
-Aprendieron todo por su cuenta, eran videntes, veían -contestó-. La mayoría de lo que sabemos en nuestro linaje fue obra de ellos. Los nuevos videntes corrigieron los errores de los antiguos videntes, pero la base de lo que conocemos y hacemos está perdida en el tiempo de los toltecas.
Explicó que uno de los más sencillos y al mismo. tiempo más importantes hallazgos, desde el punto de vista de la instrucción, es saber que el hombre tiene dos tipos de conciencia. Los antiguos videntes los llamaban el lado derecho e izquierdo del hombre.
-Los antiguos videntes se dieron cuenta -prosiguió-, de que la mejor manera de enseñar su conocimiento era hacer que sus aprendices cambiaran a su lado izquierdo, a un estado de conciencia acrecentada, porque ahí es donde tiene lugar el verdadero aprendizaje.
"A los antiguos videntes les entregaban niños muy pequeños como aprendices -continuó don Juan-, para que de esa manera no conocieran otra clase de vida. A su vez, cuando esos niños crecían, tomaban a otros niños como aprendices. Imagínate las cosas que debieron descubrir en esos cambios a la izquierda y a la derecha, después de siglos de hacerlo.
Yo comenté lo desconcertante que eran para mí esos cambios. Me aseguró que mi experiencia era similar a la suya. Su benefactor, el nagual Julián, le creó un profundo cisma al hacerlo cambiar una y otra vez de un tipo de conciencia al otro. Dijo que la claridad y la libertad que experimentaba en estados de conciencia acrecentada estaban en completo contraste con las racionalizaciones, las defensas, el enojo y el miedo que eran parte de su estado normal.
Dijo que los antiguos videntes solían crear esta polaridad para satisfacer sus propósitos particulares; con ella, obligaban a sus aprendices a lograr la concentración necesaria para aprender técnicas de brujería. Los nuevos videntes, por otro lado, la usaban para guiar a sus aprendices a la convicción de que existen en el hombre posibilidades que jamás son realizadas.
-El mejor logro de los nuevos videntes -prosiguió don Juan-, es su explicación del misterio de estar consciente de ser. Lo condensaron todo en unos conceptos y actos que se enseñan mientras los aprendices están en el estado de conciencia acrecentada.
Dijo que el valor del método de enseñanza de los nuevos videntes radica en que aprovecha las cualidades peculiares de la conciencia acrecentada, especialmente la inhabilidad de los aprendices para recordar. Esta inhabilidad constituye una barrera casi infranqueable para los guerreros que tienen que recordar toda la instrucción que se les dio, si han de seguir adelante. Sólo después de años de esfuerzo y de disciplina monumentales pueden los guerreros recordar su instrucción.
II. LOS PINCHES TIRANOS
Don Juan no me volvió a hablar de la maestría de estar consciente de ser hasta meses después. Estábamos entonces en la casa donde vivía todo el grupo de videntes.
-Vamos a caminar un rato -me dijo don Juan secamente, poniendo una mano sobre mi hombro-. O mejor todavía, vamos donde hay mucha gente, a la plaza del pueblo y nos sentamos a platicar.
Me sorprendió muchísimo que me hablara; ya llevaba yo varios días en la casa y ni siquiera contestaba mis saludos. Al momento en que don Juan y yo salíamos de la casa, la Gorda nos interceptó y nos exigió que la lleváramos con nosotros. Parecía estar determinada a seguirnos. Con voz muy firme don Juan le dijo que tenía que discutir algo conmigo en privado.
-Van a hablar de mí -dijo la Gorda; su tono y sus gestos traicionaban tanto su desconfianza como su enojo.
-Pues, sí -repuso don Juan secamente. Pasó frente a ella sin volverse a mirarla.
Lo seguí, y caminamos en silencio hasta la plaza del pueblo. Cuando nos sentamos le pregunté que qué demonios podríamos discutir acerca de la Gorda. Todavía me molestaba la amenazante manera como me había mirado cuando salíamos de la casa.
-No tenemos nada que discutir acerca de la Gorda o de ninguna otra persona -repuso-. Le dije eso sólo para aguijonear su enorme importancia personal. Y dio resultado. Está furiosa con nosotros. Yo la conozco bien, estuvo hablando consigo misma y ya se dijo lo suficiente para darse confianza y para sentirse indignada porque no la trajimos y por haber quedado como tonta. No me sorprendería si se nos viene encima en esta banca.
-Si no vamos a hablar de la Gorda, ¿de qué vamos a hablar? -le pregunté.
-Vamos a continuar la discusión que comenzamos en Oaxaca -contestó-. Entender esta explicación va a requerir tu esfuerzo máximo. Tienes que estar dispuesto a cambiar una y otra vez de niveles de conciencia, y mientras estemos envueltos en nuestra plática exigiré de ti total concentración y paciencia.
Quejándome a medias, le dije que me había hecho sentirme muy mal al negarse a hablarme desde mi llegada a su casa. Me miró y arqueó las cejas. Una sonrisa apareció fugazmente en sus labios y se desvaneció. Me di cuenta de que me daba a entender que yo estaba tan confuso como la Gorda.
-Te estuve aguijoneando tu importancia personal -dijo frunciendo el ceño-. La importancia personal es nuestro mayor enemigo. Piénsalo, aquello que nos debilita es sentirnos ofendidos por los hechos y malhechos de nuestros semejantes. Nuestra importancia personal requiere que pasemos la mayor parte de nuestras vidas ofendidos por alguien. "Los nuevos videntes recomendaban que se debían llevar a cabo todos los esfuerzos posibles para erradicarla de la vida de los guerreros. Yo he seguido esa recomendación al pie de la letra y he tratado de demostrarte por todos los medios posibles que sin importancia personal somos invulnerables.
Mientras lo escuchaba, de pronto, sus ojos se volvieron muy brillantes. La idea que se me ocurrió, de inmediato, fue que parecía estar a punto de reírse y que no había motivo para hacerlo, cuando me sobresalto una repentina y dolorosa bofetada en el lado derecho de la cara.
Me levanté de un salto. La Gorda estaba parada a mis espaldas, con la mano aun alzada. Su cara estaba roja de ira.
-¡Ahora si puedes decir lo que quieras de mí, y con mas razón! -gritó-. ¡Pero si tienes algo que decir, dímelo en mi cara, hijo de la chingada!
Su arranque pareció haberla agotado; se sentó en el suelo y comenzó a llorar. Don Juan estaba inmovilizado por un júbilo inexpresable. Yo estaba tieso de pura furia. La Gorda me fulminó con la mirada y luego se volvió hacia don Juan y le dijo sumisamente que no teníamos ningún derecho a criticarla.
Don Juan se rió con tanta fuerza que se dobló casi hasta el suelo. Ni siquiera podía hablar. Dos o tres veces trató de decirme algo, pero finalmente se incorporó y se alejó, con el cuerpo aun sacudido por espasmos de risa.
Yo estaba a punto de correr tras él, todavía furioso contra la Gorda, quien en ese momento me parecía despreciable, cuando me ocurrió algo extraordinario. Supe, instantáneamente, que era lo que había hecho reír tanto a don Juan. La Gorda y yo éramos horrendamente parecidos. Nuestra importancia personal era gigantesca. Mi sorpresa y mi furia al ser abofeteado eran exactamente iguales a la ira y la desconfianza de la Gorda. Don Juan tenia razón. La carga de la importancia personal es en verdad un terrible estorbo.
Corrí tras el, exaltado, lágrimas me brotaban de los ojos. Lo alcancé y le dije lo que había comprendido. En sus ojos había un brillo de malicia y deleite.
-¿Qué puedo hacer por la Gorda? -pregunté.
-Nada -contestó-. Los actos de darse cuenta son siempre personales.
Cambió el tema y dijo que los augurios nos decían que prosiguiéramos nuestra discusión en casa, ya fuera en una sala amplia con cómodos sillones o bien en el patio trasero, que tenía un corredor techado a su alrededor. Dijo que en cada ocasión que llevara a cabo sus explicaciones dentro de la casa esas dos áreas quedarían vedadas para todos los demás.
Regresamos a la casa. Don Juan le contó a todos lo que había hecho la Gorda. El deleite de los videntes y las bromas que le hicieron al respecto, aumentó el desasosiego de la Gorda.
-La importancia personal no puede combatirse con delicadezas -comentó don Juan cuando expresé mi preocupación acerca del estado de animo de la Gorda.
Pidió luego a todos que abandonaran el cuarto. Nos sentamos y don Juan comenzó sus explicaciones.
Dijo que los videntes, antiguos y nuevos, se dividen en dos categorías. La primera queda integrada por aquellos que están dispuestos a ejercer control sobre sí mismos. Esos videntes son los que pueden canalizar sus actividades hacia objetivos pragmáticos que beneficiarían a otros videntes y al hombre en general. La otra categoría está compuesta de aquellos a quienes no les importa ni el control de sí mismos ni ningún objetivo pragmático. se piensa de manera unánime entre los videntes que estos últimos no han podido resolver el problema de la importancia personal.
-La importancia personal no es algo sencillo e ingenuo -explicó-. Por una parte, es el núcleo de todo lo que tiene valor en nosotros, y por otra, el núcleo de toda nuestra podredumbre. Deshacerse de la importancia personal requiere una obra maestra de estrategia. Los videntes de todas las épocas han conferido las más altas alabanzas a quienes lo han logrado.
Me quejé de que, aunque a veces me parecía muy atractiva, la idea de erradicar la importancia personal me era realmente incomprensible; le dije que sus directivas y sugerencias para deshacerse de ella eran tan vagas que no había modo de implementarlas.
-Estoy ya cansado de repetirte -dijo-, que para poder seguir el camino del conocimiento uno tiene que ser muy imaginativo. Como lo estás comprobando tú mismo, todo está oscuro en el camino del conocimiento. La claridad cuesta muchísimo trabajo, muchísima imaginación.
Mi zozobra me hizo argüir que sus amonestaciones sobre la importancia personal me recordaban a los catecismos. Y si algo era odioso para mí era el recuerdo de los sermones acerca del pecado. Los encontraba yo siniestros.
-Los guerreros combaten la importancia personal como cuestión de estrategia, no como cuestión de fe -repuso-. Tu error es entender lo que digo en términos de moralidad.
-Yo lo veo a usted como un hombre de gran moralidad -insistí.
-Lo que tú estas viendo como moralidad es simplemente mi impecabilidad -dijo.
-El concepto de la impecabilidad, así como el de deshacerse de la importancia personal, es un concepto demasiado vago para serme útil -le comenté.
Don Juan se atragantó de risa, y yo lo desafié a que explicara la impecabilidad.
-La impecabilidad no es otra cosa que el uso adecuado de la energía -dijo-. Todo lo que yo te digo no tiene un ápice de moralidad. He ahorrado energía y eso me hace impecable. Para poder entender esto, tú tienes que haber ahorrado suficiente energía, o no lo entenderás jamás.
Durante largo tiempo permanecimos en silencio. Yo quería pensar en lo que había dicho. De repente, comenzó a hablar de nuevo.
-Los guerreros hacen inventarios estratégicos -dijo-. Hacen listas de sus actividades y sus intereses. Luego deciden cuáles de ellos pueden cambiarse para, de ese modo, dar un descanso a su gasto de energía.
Yo alegué que una lista de esa naturaleza tendría que incluir todo lo imaginable. Con mucha paciencia me contestó que el inventario estratégico del que hablaba sólo abarcaba patrones de comportamiento que no eran esenciales para nuestra supervivencia y bienestar.
Yo aproveché la oportunidad para señalarle que la supervivencia y el bienestar eran categorías que podían interpretarse de incontables maneras. Le argüí que no era posible ponerse de acuerdo sobre lo que era o no era esencial para nuestra supervivencia y bienestar.
Conforme seguí hablando, comencé a perder mi impulso original. Finalmente, me detuve porque me di cuenta de la inutilidad de mis argumentos. Me di cuenta de que don Juan estaba en lo cierto cuando decía que mi pasión era hacerme el difícil.
Don Juan dijo entonces que en los inventarios estratégicos de los guerreros, la importancia personal figura como la actividad que consume la mayor cantidad de energía, y que por eso se esforzaban por erradicarla.
-Una de las primeras preocupaciones del guerrero es liberar esa energía para enfrentarse con ella a lo desconocido -prosiguió don Juan-. La acción de recanalizar esa energía es la impecabilidad.
Dijo que la estrategia más efectiva fue desarrollada por los videntes de la Conquista, los indiscutibles maestros del acecho, y que consiste en seis elementos que tienen influencia recíproca. Cinco de ellos se llaman los atributos del ser guerrero: control, disciplina, refrenamiento, la habilidad de escoger el momento oportuno y el intento. Estos cinco elementos pertenecen al mundo privado del guerrero que lucha por perder su importancia personal. El sexto elemento, que es quizás el más importante de todos, pertenece al mundo exterior y se llama el pinche tirano. Me miró como si en silencio me preguntara si le había entendido o no.
-Estoy realmente perdido -dije-. El otro día dijo usted que la Gorda es la pinche tirana de mi vida. ¿Qué es exactamente un pinche tirano?
-Un pinche tirano es un torturador -contestó-. Alguien que tiene el poder de acabar con los guerreros, o alguien que simplemente les hace la vida imposible.
Don Juan sonrío con un aire de malicia y dijo que los nuevos videntes desarrollaron su propia clasificación de los pinches tiranos. Aunque el concepto es uno de sus hallazgos más serios e importantes, los nuevos videntes lo tomaban muy a la ligera. Me aseguró que había un tinte de humor malicioso en cada una de sus clasificaciones, porque el humor era la única manera de contrarrestar la compulsión humana de hacer engorrosos inventarios y clasificaciones.
De conformidad con sus prácticas humorísticas los nuevos videntes juzgaron correcto encabezar su clasificación con la fuente primaria de energía, el único y supremo monarca en el universo, y le llamaron simplemente el tirano. Naturalmente, encontraron que los demás déspotas y autoritarios quedaban infinitamente por debajo de la categoría de tirano. Comparados con la fuente de todo, los hombres más temibles son bufones, y por lo tanto, los nuevos videntes los clasificaron como pinches tiranos.
La segunda categoría consiste en algo menor que un pinche tirano. Algo que llamaron los pinches tiranitos; personas que hostigan e infligen injurias, pero sin causar de hecho la muerte de nadie. A la tercera categoría le llamaron los repinches tiranitos o los pinches tiranitos chiquititos, y en ella pusieron a las personas que sólo son exasperantes y molestos a más no poder.
Las clasificaciones me parecieron ridículas. Estaba seguro de que don Juan improvisaba los términos. Le pregunté si era así.
-De ningún modo -contestó con expresión divertida-. Los nuevos videntes eran estupendos para hacer clasificaciones. Sin duda alguna, Genaro es uno de los mejores; si lo observaras con cuidado, te darías cuenta exacta de como se sienten los nuevos videntes con respecto a las clasificaciones.
Cuando le pregunté si me estaba tomando el pelo se rió a carcajadas.
-Jamás te haría eso -dijo sonriendo-. Quizá Genaro lo haga, pero no yo, especialmente cuando sé lo serio que son para ti las clasificaciones. Lo malo es que los nuevos videntes eran terriblemente irreverentes.
Agregó que la categoría de los pinches tiranitos había sido dividida en cuatro más. Una estaba compuesta por aquellos que atormentan con brutalidad y violencia. Otra, por aquellos que lo hacen creando insoportable aprensión. Otra, por aquellos que oprimen con tristeza. Y la última, por esos que atormentan haciendo enfurecer.
-La Gorda está en una categoría especial -agregó. Es una repinche tiranita suplente. Te hace la vida imposible, por el momento. Hasta te da de bofetadas. Con todo eso te está enseñando a ser imparcial, a ser indiferente.
-¿Cómo puede ser eso posible? -protesté.
-Todavía no has puesto en juego los ingredientes de la estrategia de los nuevos videntes -dijo-. Una vez que lo hagas, sabrás cuán eficaz e ingeniosa es la estratagema de usar a un pinche tirano. Te aseguro que no sólo elimina la importancia personal, sino que también prepara a los guerreros para entender que la impecabilidad es lo único que cuenta en el camino del conocimiento.
Dijo que la estrategia de los nuevos videntes era una maniobra mortal en la cual el pinche tirano es como una cúspide montañosa, y los atributos del ser guerrero son como enredaderas que trepan hasta la cima.
-Generalmente solo se usan los primeros cuatro atributos -prosiguió-. El quinto, el intento, se reserva siempre para la última confrontación, como diríamos, para cuando los guerreros se enfrentan al pelotón de fusilamiento.
-¿A qué se debe esto?
-A que el intento pertenece a otra esfera, a la esfera de lo desconocido. Los otros cuatro pertenecen a lo conocido, exactamente donde se encuentran aposentados los pinches tiranos. De hecho, lo que convierte a los seres humanos en pinches tiranos es precisamente el obsesivo manejo de lo conocido.
Don Juan explicó que sólo los videntes que son guerreros impecables y que tienen control sobre el intento logran el engranaje de todos los cinco atributos. Una acción de esa naturaleza es una maniobra
-Cuatro atributos es todo lo que se necesita para tratar con los peores pinches tiranos -continuó-. suprema que no puede realizarse en el nivel humano de todos los días.Claro está, siempre y cuando se haya encontrado a un pinche tirano. Como dije, el pinche tirano es el elemento externo, el que no podemos controlar y el elemento que es quizás el más importante de todos. Mi benefactor siempre decía que el guerrero que se topa con un pinche tirano es un guerrero afortunado. Su filosofía era que si no tienes la suerte de encontrar a uno en tu camino, tienes que salir a buscarlo.
Explicó que uno de los más grandes logros de los videntes de la época colonial fue un esquema que él llamaba la progresión de tres vueltas. Los videntes, al entender la naturaleza del hombre, llegaron a la conclusión indisputable de que si uno se las puede ver con los pinches tiranos, uno ciertamente puede enfrentarse a lo desconocido sin peligro, y luego incluso, uno puede sobrevivir a la presencia de lo que no se puede conocer.
-La reacción del hombre común y corriente es pensar que debería invertirse ese orden -prosiguió-. Es natural creer que un vidente que se puede enfrentar a lo desconocido puede, por cierto, hacer cara a cualquier pinche tirano. Pero no es así. Lo que destruyó a los soberbios videntes de la antigüedad fue esa suposición.
Es solo ahora que lo sabemos. Sabemos que nada puede templar tan bien el espíritu de un guerrero como el tratar con personas imposibles en posiciones de poder. Solo bajo esas circunstancias pueden los guerreros adquirir la sobriedad y la serenidad necesarias para ponerse frente a frente a lo que no se puede conocer.
A grandes voces, disentí con él. Le dije que, en mi opinión, los tiranos convierten a sus víctimas en seres indefensos o en seres tan brutales como los tiranos mismos. Señalé que se habían realizado incontables estudios sobre los efectos de la tortura física y sociológica sobre ese tipo de víctimas.
-La diferencia está en algo que acabas de decir -repuso-. Tú hablas de víctimas, no de guerreros. Yo también creía lo mismo que tú. Ya te contaré lo que me hizo cambiar, pero primero volvamos otra vez a lo que te estaba diciendo acerca de los tiempos coloniales. Los videntes de aquella época tuvieron la mejor oportunidad. Los españoles fueron tales pinches tiranos que pudieron poner a prueba las habilidades más recónditas de esos videntes; después de lidiar con los conquistadores, los videntes estaban listos para encarar cualquier cosa. Ellos fueron los afortunados. En aquel entonces había pinches tiranos hasta en el mole.
"Después de esos maravillosos años de abundancia, las cosas cambiaron mucho. Nunca más volvieron a tener tanto alcance los pinches tiranos; sólo durante aquella época fue ilimitada su autoridad. El ingrediente perfecto para producir un soberbio vidente es un pinche tirano con prerrogativas ilimitadas.
"Desgraciadamente, en nuestros días, los videntes tienen que llegar a extremos para encontrar un pinche tirano que valga la pena. La mayor parte del tiempo tienen que conformarse con insignificancias.
-¿Usted encontró a un pinche tirano, don Juan?
-Tuve suerte. Un verdadero ogro me encontró a mí. Sin embargo, en aquel entonces, yo me sentía como tú, no podía considerarme afortunado, aunque mi benefactor me decía lo contrario.
Don Juan dijo que su penosa experiencia comenzó unas semanas antes de conocer a su benefactor. Apenas tenia veinte años de edad en aquel entonces. Había conseguido un empleo como jornalero en un molino de azúcar. Siempre había sido muy fuerte, y por eso le era fácil conseguir trabajos para los que se requerían músculos. Un día, mientras movía unos pesados costales de azúcar llegó una señora. Estaba muy bien vestida y parecía ser mujer rica y de autoridad. Dijo don Juan que la señora quizá tenía unos cincuenta años de edad, y que se le quedó viendo, luego habló con el capataz y partió.
El capataz se acercó a don Juan, diciéndole que si le pagaba, él lo recomendaría para un trabajo en la casa del patrón. Don Juan le respondió que no tenía un centavo. El capataz sonrió y le dijo que no se preocupara, que el día de pago tendría bastante. Palmeó la espalda de don Juan y le aseguró que era un gran honor trabajar para el patrón.
Don Juan dijo que, puesto que él era un humilde indio ignorante que vivía al día, no solo se creyó hasta la ultima palabra, sino que hasta creyó que una hada benévola le había hecho un regalo. Prometió pagarle al capataz lo que quisiera. El capataz mencionó una considerable suma, que tenia que pagarse en abonos.
De inmediato, el capataz llevó a don Juan a la casa del patrón que quedaba bastante lejos del pueblo, y ahí lo dejó con otro capataz, un hombre enorme, sombrío y de físico horrible que le hizo muchas preguntas. Quería saber acerca de la familia de don Juan. Don Juan le contestó que no tenía familia alguna. Eso agradó tanto al hombre que llegó a sonreír, mostrando sus dientes carcomidos.
Le prometió a don Juan que le pagarían mucho, y que incluso estaría en posición de ahorrar dinero, porque no tendría que gastarlo ya que iba a vivir y comer en la casa.
La manera como el hombre se rió aterró tanto a don Juan que de inmediato trató de salir corriendo. Llegó hasta la entrada, pero el hombre le cortó el camino con un revólver en la mano. Lo amartilló y lo empujó con fuerza contra el estómago de don Juan.
-Estás aquí para trabajar como burro -dijo-. Que no se te olvide.
Con mucha fuerza empujó a don Juan, y le pegó con un garrote. Lo arrastró a un costado de la casa y después de comentar que él hacía trabajar a sus hombres de sol a sol y sin descanso, puso a trabajar a don Juan, desenterrando dos enormes troncos de árbol cortados. También le dijo a don Juan que si otra vez intentaba escapar o acudir a las autoridades lo mataría a balazos.
-Trabajarás aquí hasta que te mueras -le dijo-. Y después otro indio tomará tu puesto, así como tú estás tomando el puesto de un indio muerto.
Don Juan dijo que la casa parecía una fortaleza inexpugnable, con hombres armados con machetes por doquier. Así que hizo lo único sensato que podía hacer: ponerse a trabajar y tratar de no pensar en sus cuitas. Al final de la jornada, el hombre regresó y, porque no le gustó la mirada desafiante en los ojos de don Juan, se lo llevó a patadas hasta la cocina. Amenazó a don Juan con cortarle los tendones de los brazos si no le obedecía.
En la cocina una vieja le sirvió comida, pero don Juan estaba tan perturbado que no podía comer. La vieja le aconsejó que comiera todo porque tenía que fortalecerse ya que su trabajo jamás terminaría. Le advirtió que el hombre que ocupaba su lugar había muerto el día anterior. Estaba demasiado débil y se cayó de una ventana del segundo piso.
Don Juan dijo que trabajó en la casa del patrón por tres semanas, y que el hombre abusó de él a cada instante. Bajo la amenaza constante de su cuchillo, pistola o garrote, el capataz lo hizo trabajar en las más peligrosas condiciones, haciendo los trabajos más pesados que es posible imaginar. Cada día lo mandaba a los establos a limpiar los pesebres mientras seguían en ellos los nerviosos garañones. Al comenzar el día, don Juan tenia siempre la certeza de que no iba a sobrevivirlo. Y sobrevivir sólo significaba que tendría que pasar otra vez por el mismo infierno al día siguiente.
Lo que precipitó la escena final fue la petición que don Juan hizo en un día feriado. Pidió unas horas para ir al pueblo a pagarle el dinero que le debía al capataz del molino de azúcar. Era un pretexto. El capataz se dio cuenta y repuso que don Juan no podía dejar de trabajar, ni siquiera un minuto, porque estaba endeudado hasta las orejas por el solo privilegio de trabajar allí.
Don Juan tuvo la certeza de que ahora si estaba perdido. Entendió las maniobras de los dos capataces: estaban de acuerdo para hacerse de indios pobres del molino, trabajarlos hasta la muerte y dividirse sus salarios. Al darse cabal cuenta de todo esto don Juan explotó. Comenzó a dar gritos histéricos; gritando atravesó la cocina y entró a la casa principal. Sorprendió tan por completo al capataz y a los otros trabajadores que pudo salir corriendo por la puerta delantera. Casi logró huir, pero el capataz lo alcanzó y en medio del camino le pegó un tiro en el pecho y lo dio por muerto.
Don Juan dijo que su destino no fue morir; ahí mismo lo encontró su benefactor y lo cuidó hasta que se repuso.
-Cuando le conté toda la historia a mi benefactor -prosiguió don Juan-, apenas logró contener su emoción. "Ese capataz es un verdadero tesoro" dijo mi benefactor. "Es algo demasiado raro para ser desperdiciado. Algún día tienes que volver a esa casa".
"Se deshacía en elogiar a mi suerte de encontrar un pinche tirano, único en su género, con un poder casi ilimitado. Pensé que el señor estaba loco. Me tomó años entender cabalmente lo que me dijo en ese entonces.
-Este es uno de los relatos más horribles que he escuchado en mi vida -dije-. ¿Realmente volvió usted a esa casa?
-Claro que volví, tres años después. Mi benefactor tenia razón. Un pinche tirano como aquel era único en su género y no podía desperdiciarse.
-¿Cómo logró usted regresar?
-Mi benefactor ideó una estrategia utilizando los cuatro atributos del ser guerrero: control, disciplina, refrenamiento y la habilidad de escoger el momento oportuno.
Don Juan dijo que su benefactor, al explicarle lo que él tenía que hacer en la casa del patrón para enfrentar a aquel ogro de hombre, también le reveló que los nuevos videntes consideraban que habían cuatro pasos en el camino del conocimiento. El primero es el paso que dan los seres humanos comunes y corrientes al convertirse en aprendices. Al momento que los aprendices cambian sus ideas acerca de sí mismos y acerca del mundo, dan el segundo paso y se convierten en guerreros, es decir, en seres capaces de la máxima disciplina y control sobre si mismos. El tercer paso, que dan los guerreros, después de adquirir refrenamiento y la habilidad de escoger el momento oportuno, es convertirse en hombres de conocimiento. Cuando los hombres de conocimiento aprenden a ver, han dado el cuarto paso y se han convertido en videntes.
Su benefactor recalcó el hecho de que don Juan ya había recorrido el camino del conocimiento lo suficiente para haber adquirido un mínimo de los dos primeros atributos: control y disciplina.
-En aquel entonces, me estaban vedados los otros dos atributos -prosiguió don Juan-. El refrenamiento y la habilidad de escoger el momento oportuno quedan en el ámbito del hombre de conocimiento. Mi benefactor me permitió el acceso a ellos a través de su estrategia.
-¿Significa eso que usted no hubiera podido enfrentarse al pinche tirano por su cuenta? -pregunté.
-Estoy seguro de que hubiera podido hacerlo yo solo, aunque siempre he dudado que hubiera podido hacerlo con estilo y elegancia. Mi benefactor disfrutó inmensamente dirigiendo mi tarea. La idea de usar un pinche tirano no es solo para perfeccionar el espíritu sino también para la felicidad y el gozo del guerrero.
-¿Cómo podría alguien gozar con el monstruo que describió usted?
-Ese señor no era nada en comparación con los verdaderos monstruos que los nuevos videntes enfrentaron durante la Colonia. Todo parece indicar que aquellos videntes se quedaron bizcos de tanta diversión. Probaron que hasta los peores pinches tiranos son un encanto, claro esta, siempre y cuando uno sea guerrero.
Don Juan explicó que el error de cualquier persona que se enfrenta a un pinche tirano es no tener una estrategia en la cual apoyarse; el defecto fatal es tomar demasiado en serio los sentimientos propios, así como las acciones de los pinches tiranos. Los guerreros por otra parte, no solo tienen una estrategia bien pensada, sino que están también libres de la importancia personal. Lo que acaba con su importancia personal es haber comprendido que la realidad es una interpretación que hacemos. Ese conocimiento fue la ventaja definitiva que los nuevos videntes tuvieron sobre los españoles.
Dijo que estaba convencido de que podía derrotar al capataz usando solamente la convicción de que los pinches tiranos se toman mortalmente en serio, mientras que los guerreros no. Siguiendo el plan estratégico de su benefactor, don Juan volvió a conseguir trabajo en el mismo molino de azúcar. Nadie recordó que él trabajó allí; los peones trabajaban en el molino de azúcar por temporadas.
La estrategia de su benefactor especificaba que don Juan tenia que ser esmerado y circunspecto con quien fuera que llegara buscando otra víctima. Resultó que la misma señora llegó, como lo había hecho años antes y se fijó inmediatamente en don Juan, quien tenía aún más fuerza física que la vez anterior.
Tuvo lugar la misma rutina con el capataz. Sin embargo, la estrategia requería que don Juan, desde el principio, rehusara pago alguno al capataz. Al hombre jamás se le había hecho eso, y quedó asombrado. Amenazó con despedir a don Juan del trabajo. Don Juan lo amenazó por su parte, diciendo que iría directamente a la casa de la señora a verla. Le dijo al capataz que él sabía donde vivía ella, porque trabajaba en los campos aledaños cortando caña de azúcar. El hombre comenzó a regatear, y don Juan le exigió dinero antes de aceptar ir a casa de la señora. El capataz cedió y le entregó algunos billetes. Don Juan se dio perfecta cuenta de que el capataz accedía sólo como ardid para conseguir que aceptara el trabajo.
El mismo me llevó de nuevo a la casa -dijo don Juan-. Era una vieja hacienda propiedad de la gente del molino de azúcar; hombres ricos que o bien sabían lo que pasaba y no les importaba, o eran demasiado indiferentes para darse cuenta.
"En cuanto llegamos ahí, corrí a buscar a la señora. La encontré, caí de rodillas y besé su mano para darle las gracias. Los dos capataces estaban lívidos.
"El capataz de la casa me hizo lo mismo que antes. Pero yo estaba preparadísimo para tratar con él; tenía yo control y disciplina. Todo resultó tal como lo planeó mi benefactor. Mi control me hizo cumplir con las más absurdas necedades del tipo. Lo que generalmente nos agota en una situación como ésa es el deterioro que sufre nuestra importancia personal. Cualquier hombre que tiene una pizca de orgullo se despedaza cuando lo hacen sentir inútil y estúpido.
“Con gusto hacía yo todo lo que el capataz me pedía. Yo estaba feliz y lleno de fuerza. Y no me importaban un comino mi orgullo o mi terror. Yo estaba ahí como guerrero impecable. El afinar el espíritu cuando alguien te pisotea se llama control.”
Don Juan explicó que la estrategia de su benefactor requería de que en lugar de sentir compasión por sí mismo, como lo había hecho antes, se dedicara de inmediato a explorar el carácter del capataz, sus debilidades, sus peculiaridades.
Encontró que los puntos más fuertes del capataz eran su osadía y su violencia. Había balaceado a don Juan a plena luz del día y ante veintenas de espectadores. Su gran debilidad era que le gustaba su trabajo y que no quería ponerlo en peligro. Bajo ninguna circunstancia intentaría matar a don Juan dentro de la propiedad, durante el día. Su otra gran debilidad consistía en que era hombre de familia. Tenia una esposa e hijos que vivían en una casucha cerca de la casa.
-Reunir toda esta información mientras te golpean se llama disciplina -dijo don Juan-. El hombre era un demonio. No tenia ninguna gracia que lo salvara. Según los nuevos videntes, el perfecto pinche tirano no tiene ninguna característica redentora.
Don Juan dijo que los dos últimos atributos del ser guerrero, que él aún no tenia en aquel entonces, habían quedado automáticamente incluidos en la estrategia de su benefactor. El refrenamiento es esperar con paciencia, sin prisas, sin angustia; es una sencilla y gozosa retención del pago que tiene que llegar.
-Mi vida era una humillación diaria -prosiguió don Juan-, a veces hasta lloraba cuando el hombre me pegaba con su látigo, y sin embargo, yo era feliz. La estrategia de mi benefactor fue lo que me hizo aguantar de un día a otro sin odiar a nadie. Yo era un guerrero. Sabía que estaba esperando y sabía qué era lo que esperaba. Precisamente en eso radica el gran regocijo del ser guerrero.
Agregó que la estrategia de su benefactor incluía acosar sistemáticamente al hombre, escudándose siempre tras un orden superior, así como habían hecho los videntes del nuevo ciclo, durante la Colonia, al escudarse con la iglesia católica. Un humilde sacerdote era a veces más poderoso que un noble.
El escudo de don Juan era la señora dueña de la casa. Cada vez que la veía se hincaba ante ella y la llamaba santa. Le rogaba que le diera la medalla de su santo patrón para que él pudiera rezarle por su salud y bienestar.
-Me dio una medalla de la virgen -prosiguió don Juan-, y eso casi aniquiló al capataz. Y cuando conseguí que las cocineras se reunieran a rezar por la salud de la patrona casi sufrió un ataque al corazón. Creo que entonces decidió matarme. No le convenía dejarme seguir adelante.
"A manera de contramedida organicé un rosario entre todos los sirvientes de la casa. La señora creía que yo tenia todas las características de un santo.
"Después de aquello ya no dormía profundamente, ni dormía en mi cama. Cada noche me subía al techo de la casa. Desde allí vi dos veces al hombre llegar a mi cama con un cuchillo.
"Todos los días me empujaba a los pesebres de los garañones con la esperanza de que me mataran a patadas, pero yo tenia una plancha de tablas pesadas que apoyaba en una de las esquinas. Yo me escondía detrás de ella y me protegía de las patadas de caballo. El hombre nunca lo supo porque los caballos le daban náuseas; era otra de sus debilidades, la más mortal de todas, como resultó al fin.
Don Juan dijo que la habilidad de escoger el momento oportuno es una cualidad abstracta que pone en libertad todo lo que está retenido. Control, disciplina y refrenamiento son como un dique detrás del cual todo está estancado. La habilidad de escoger el momento oportuno es la compuerta del dique.
El capataz sólo conocía la violencia, con la cual aterrorizaba. Si se neutralizaba su violencia quedaba casi indefenso. Don Juan sabía que el hombre no se atrevería a matarlo a la vista de la gente de la casa, así. que un día, en presencia de otros trabajadores y también de la señora, don Juan insultó al hombre. Le dijo que era un cobarde y un asesino que se amparaba con el puesto de capataz.
La estrategia de su benefactor exigía que don Juan estuviera alerta para escoger y aprovechar el momento oportuno y voltearle las cartas al pinche tirano. Cosas inesperadas siempre suceden así. De repente, el más bajo de los esclavos se burla del déspota, lo vitupera, lo hace sentirse ridículo frente a testigos importantes, y luego se escabulle sin darle tiempo de tomar represalias.
-Un momento después -prosiguió don Juan-, el hombre enloqueció de rabia, pero yo ya estaba piadosamente hincado frente a la patrona.
Don Juan dijo que cuando la señora entró a su recamara, el capataz y sus amigos lo llamaron a la parte trasera de la casa, supuestamente para hacer un trabajo.
El hombre estaba muy pálido, blanco de ira. Por el tono de su voz don Juan supo lo que el hombre pensaba hacer con él. Don Juan fingió obedecer, pero en vez de dirigirse adonde el capataz le ordenaba corrió hacia los establos. Confiaba en que los caballos harían tanto ruido que los dueños de la casa saldrían a ver lo que pasaba. Sabía quo el hombre no se atrevería a dispararle, y que tampoco se acercaría adonde estaban los caballos. Esa suposición no se cumplió. Don Juan había empujado al hombre más allá de sus límites.
-Salté al pesebre del más salvaje de los caballos -dijo don Juan-, y el pinche tirano, cegado por la rabia, sacó su cuchillo y se metió tras de mí. Al instante, me escondí detrás de mis tablas. El caballo le dio una sola patada y todo acabó.
"Yo había pasado seis meses en esa casa,. y durante ese periodo ejercí los cuatro atributos de ser guerrero. Gracias a ellos había triunfado. Ni una sola vez. sentí compasión por mí mismo, ni lloré de impotencia. Sólo sentí regocijo y serenidad. Mi control y mi disciplina estuvieron afilados como nunca lo estuvieron. Además, experimenté directamente, aunque no los tenía, lo que siente el guerrero impecable cuando usa el refrenamiento y la habilidad de escoger el momento oportuno."
"Mi benefactor explicó algo muy interesante. Refrenamiento significa retener con el espíritu algo que el guerrero sabe que justamente debe cumplirse. No significa que el guerrero ande por ahí pensando en hacerle mal a alguien, o planeando cómo vengarse y saldar cuentas. El refrenamiento es algo independiente. Mientras el guerrero tenga control, disciplina y la habilidad de escoger el momento oportuno, el refrenamiento asegura que recibirá su completo merecido quienquiera que se lo haya ganado."
-¿Triunfan alguna vez los pinches tiranos, y destruyen al guerrero que se les enfrenta? -pregunté.
-Desde luego. Durante la Conquista y la Colonia los guerreros murieron como moscas. Sus filas se vieron diezmadas. Los pinches tiranos podían condenar a muerte a cualquiera, por un simple capricho. Bajo ese tipo de presión, los videntes alcanzaron estados sublimes.
Aseguró don Juan que, en esa época, los videntes que sobrevivieron tuvieron que forzarse hasta el límite para encontrar nuevos caminos.
-Los nuevos videntes -dijo don Juan mirándome con fijeza- usaban a los pinches tiranos no sólo para deshacerse de su importancia personal sino también para lograr la muy sofisticada maniobra de desplazarse fuera de este mundo. Ya entenderás esa maniobra conforme vayamos discutiendo la maestría de estar consciente de ser.
Le expliqué a don Juan que lo que yo le había preguntado era si, en el presente, en nuestra época, los pinches tiranos podrían derrotar alguna vez a un guerrero.
-Todos los días -contestó-. Las consecuencias no son tan terribles como las del pasado. Hoy en día, por supuesto, los guerreros siempre tienen la oportunidad de retroceder, luego reponerse y después volver. Pero el problema de la derrota moderna es de otro género. El ser derrotado por un repinche tiranito no es mortal sino devastador. En sentido figurado, el grado de mortandad de los guerreros es elevado. Con esto quiero decir que los guerreros que sucumben ante un repinche tirano son arrasados por su propio sentido de fracaso. Para mí eso equivale a una muerte figurada.
-¿Cómo mide usted la derrota?
-Cualquiera que se une al pinche tirano queda derrotado. El enojarse y actuar sin control o disciplina, el no tener refrenamiento es estar derrotado.
-¿Qué pasa cuando los guerreros son derrotados?
-O bien se reagrupan y vuelven a la pelea con más tino, o dejan el camino del guerrero y se alinean de por vida a las filas de los pinches tiranos.
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